El arquitecto veneciano más querido del siglo XX, Carlo Scarpa, en realidad no tenía el título de arquitecto. Como tantos otros, ni Frank Lloyd Wright, ni Mies van der Rohe, ni Le Corbusier, ni Luis Barragán, ni Cesar Manrique eran arquitectos titulados oficialmente, y sin embargo, como todos los mencionados, Scarpa dejó su sello personal en numerosas obras en su ciudad.
Antes de centrarse a tiempo completo en la arquitectura, trabajó como diseñador de vidrio, creando un vínculo especial entre la arquitectura y este oficio tradicional por el que su ciudad es conocida. Antes, asistió a la Real Academia de Bellas Artes de Venecia, donde se graduó con un título no profesional de profesor en dibujo arquitectónico en 1926 pero no hizo el examen profesional requerido para ejercer como arquitecto y por tanto, encontró su camino en su práctica de la arquitectura asociándose con otros. El mismo año que se graduó se convirtió en profesor en la Escuela de Arquitectura de Venecia, la IUAV fundada también en el 26, y al mismo tiempo, trabajó para dos cristalerías artísticas de Murano, la MVM Cappellin & Co y, con la que adquirió más fama, Venini, marca que aún vive de sus rentas.
Scarpa es conocido por sus detalles y por el uso instintivo de los materiales, con los que combinaba técnicas artesanales con métodos de producción modernos. Aunque estrechamente vinculado a Venecia, su arquitectura también estuvo fuertemente influenciada por la cultura japonesa, y en Japón, en Senday, fue donde murió en 1978.
Como ningún otro arquitecto moderno, Carlo Scarpa experimentó sin frustración dos mundos: el antiguo y el moderno. Su arquitectura, tan representativa del tiempo y el lugar, está particularmente moldeada por la experiencia de la historia que le ha precedido antes, y esa le condiciona pero no le coarta, más bien todo lo contrario. Entiende la historia, la siente y la respeta. Para Scarpa, solo una rica apreciación de la historia y la cultura de una región puede darle a un arquitecto la capacidad de diseñar para un lugar específico.
Scarpa dejó, especialmente en su Venecia natal, maravillosos trabajos de gran entidad, como la Ca’Foscari, sede la Universidad veneciana, la reforma de la Galería de la Accademia, los pabellones italiano y de Venezuela de la Bienal de Venecia y la tienda Olivetti de la plaza de San Marcos. Justo cuando estaba haciendo esta última obra fue acusado por “su” Colegio de Arquitectos de ejercer la profesión ilegalmente y sus “colegas” le llevaron a los tribunales, y es que, una vez más, nadie es profeta en su tierra. Pero lo que vale son sus obras, atemporales e inmortales. Hoy día, Carlo Scarpa sigue siendo una figura desconcertante en el mundo de la arquitectura moderna. No hay ni explicación ni análisis fáciles sobre su trabajo, ni su obra es particularmente fotogénica, pero se siente en ellas su genialidad.
Sin van a visitar Venecia, la Fundación Querini Stampalia es un museo que deberían incluir en sus planes. Es tan raro como poco conocido y ofrece un diálogo armonioso entre el arte y la arquitectura antiguos y contemporáneos: una casa museo de la rica y poderosa familia Querini, considerada una de las mejor conservadas de toda Europa. Y es además uno de los mejores trabajos de Scarpa: la intervención que realizó en el Palacio Querini Stampalia fue desarrollada en torno a cuatro temas muy vinculados a la tradición y cultura venecianas: el puente, el más ligero realizado en la ciudad; el agua, que entra al edificio; el Portego, espacio tradicional, y la luz. En su constante búsqueda de la perfección en los detalles Carlo Scarpta consiguió crear una obra maestra donde el agua es el personaje principal, el elemento decorativo central: ingresa al edificio desde el canal a través de las puertas del portal y corre a lo largo de las paredes internas, en pequeños canales que reflejan la luz del agua. Carlos Scarpa no le tenía miedo al Aqqua Alta y en este museo, que es el único palacio veneciano que sobrevivió al final de la República, y donde se puede admirar uno de los jardines más bellos de Venecia, lo demostró.
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