miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Como conservar la propia libertad? En relación con ciertas batallas públicas.

PAUL AUSTER: “ADMIRO A QUIENES TIENEN EL VALOR DE CAMBIAR DE OPINIÓN”



¿Cómo conservar la propia libertad? 

Es una pregunta recurrente, supongo que todos los seres humanos nos la hacemos alguna vez. Para mi es una pregunta constante ante cualquier decisión a tomar. Por ejemplo, ante cualquier post crítico que podría escribir en este blog me la planteo.

Al final, desgraciadamente en parte, y afortunadamente en otra, llego a la misma conclusión: si no quiero esclavizar mi propia capacidad de apreciación de la realidad, si no puedo tener mi propia independencia crítica ¿para qué vale todo lo demás? 

Sé que es caro, que no conduce a otra cosa que a problemas, pero no sé por qué hasta ahora no he podido evitarlo, prefiero conservar mi libertad moral, poder participar libremente en conversaciones, debates o problemas sin comprometer más opiniones que la mía propia, respirar el aire de las ideas sigue siendo para mi más importante que simplemente respirar por el hecho de respirar.

Supongo que por eso, y a pesar de las dificultades, de la crisis, y de los abusos, jamás he lamentado haber abandonado la política, porque al fin y al cabo, ahora la política, últimamente, quizá los últimos 7 u 8 años ya no es lo que fue en mi país, ahora la política, cuando uno se dedica a ella es una forma de autoabdicación, uno no tiene derecho sino a defender las ideas del partido, pero no a ser libre.

Es cierto que eso me hace más pobre económicamente, no porque en la política se cobre más, sino porque al ser libre se me cierran más puertas. Es muy triste comprobar que justo esta libertad y las cualidades que se le suponen alrededor, son, aquí al menos, el obstáculo más seguro contra el éxito. Sé que cualquier cosa que diga (escriba en este caso) sobre asuntos espinosos va a ser tomada en mi contra e interpretada de la forma más burda, como algo "malo" para el partido, para la empresa o para la organización a la que sea que pertenezca o me refiera.

Algunas veces, tanto amigos como enemigos (políticos) me dicen que por qué me embarco en guerras como las de salvar el Espacio Cultural El Tanque o el Mamotreto o la sala de arte contemporáneo del Museo de Bellas Artes, o, ahora el Puerto del Puerto de la Cruz en lugar de ser más callada y obediente, o más conformista. Que no crean que yo no me lo planteo. No sé resguardarme tan bien como otros que consiguen caer bien a todos. A veces me digo que ojalá no hubiera sabido nada de esas cuestiones que he mencionado, como no conozco tantas otras con las que no me involucro, pero ese ojalá es estúpido porque la realidad es que sí las conozco, y, por mucho que a veces me enfade conmigo misma por involucrarme tanto, una vez que tengo una propia opinión crítica, que intento siempre fundamentar con otras opiniones técnicas, entonces ya me resulta tan difícil olvidarlo, me resulta tan imposible darles la espalda ¿cómo lo hacen quienes lo consiguen me pregunto? ¿cómo consiguen que no les importe? ¿cómo no involucrarse tanto?

A veces me gustaría olvidar, como en el caso del Puerto del Puerto, pero no puedo, por más que lo intento no puedo. ¿Por qué? Por tantas razones. La razón más general es una que cojo prestada del filósofo Fernando Savater: "“en una democracia políticos somos todos y tenemos que intervenir, buscar los cauces para hacerlo”. Pero sobre todo y la más importante, solo en este caso concreto del Puerto, aunque haya alguien que no me crea, es porque la opción más probable que existe hoy por hoy sobre la mesa es demasiado mala para el Puerto (puedo poner mil puntos a este ¿por qué? que se me podría preguntar, pero este post no es el momento). Y como es mala y aún se puede evitar, por eso protesto, lucho, busco caminos. Si fuera buena para el Puerto, a pesar de los problemas del expediente, legales y administrativos, y de todo lo que ha pasado, lo olvidaría, no podría luchar nunca contra una buena idea, pero la que hay es tan anodina que no puedo evitar intentar, con las pocas fuerzas que tengo, que se cambie y se mejore. 

Esto -lo sé- me convierte en polémica, controvertida, demasiado abierta siempre al combate dialéctico, a decir mis verdades pese a quien le pese, y por ello peligrosa (mejor cerrar las puertas y las ventanas) todo ello a pesar de que tengo que reconocer estar un poco cansada de mi imagen pública, de esa irremediable necesidad de discutir, porque es una imagen parcial, pero me persigue como si fuera un todo, siempre, y eso es terrible. Pero, por alguna razón que no alcanzo a entender no puedo evitar que la mía sea una ética, o una filosofía, no sé muy bien como decirlo, de la acción. Lo que me ha interesado siempre son los motivos y los valores de la acción, no protestar por protestar, no destruir por destruir, sino construir, pero construir lo bueno, hacer las cosas que hay que hacer de la mejor manera posible (algo que deje huella, como el Tea, o el Magma, o el Auditorio, o tantas cosas que sí hemos hecho bien como sociedad). O al menos intentarlo.¿Por qué no intentarlo si aún se puede evitar la comisión de un grave error?

¿Qué otras alternativas tengo?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sincera.
No cambies.

C Alemany dijo...

¿Has encontrado una respuesta a tu pregunta?¿Por qué no eres valiente y hablas más claramente sobre el Puerto de la Cruz? Ya sé que son los de tu propio partido pero que pasa que en ese partido ¿no se puede hablar?