Hace tiempo que la refinería se está marchando de la ciudad. El anuncio de la semana pasada no es nuevo, era el siguiente paso lógico, pero, aunque no es nuevo, sí es trascendental y por eso preocupa. La petrolífera–como también era conocida la refinería entre los trabajadores- fue creciendo lentamente en toda la zona llamada El Cabo. Cuando casi 70 años después de su creación, cuando la ciudad sitió la parapetada Refinería creando una simbiosis paisajística entre urbe e industria, un paisaje unido indisolublemente a la historia de la capital de la isla de Tenerife y a la propia isla en el siglo XX y principios del XXI, en ese instante comenzó a irse.
Debido al crecimiento que la ciudad estaba experimentando y la necesaria expansión de la zona urbana hacia el sur, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife suscribió un convenio urbanístico con CEPSA el 28 de abril de 1989(aunque se anunció en 1987), en la que se acordó la cesión a la ciudad de una parte importante de los terrenos de la Refinería en el barrio de Cabo-Llanos, además de aceptar la ordenación prevista por el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de aquel momento.
El desarrollo urbanístico, viario y comercial del polígono CEPSA-DISA era fundamental para el crecimiento de la ciudad hacia el mar y hacia el Suroeste, y supuso la incorporación al patrimonio urbano de la ciudad de más de 368.000 metros cuadrados de nuevas zonas residenciales, administrativas y de servicios, actualmente aún inacabadas.
La industria petrolífera se vio envuelta en una serie de transformaciones que permitió el desmantelamiento de diversas instalaciones en desuso, como es el caso de depósitos y tanques de crudo, no solo en Canarias sino en toda Europa, sobre todo en Europa del Este (recordemos que caía en esa época el muro de Berlín). La tecnificación en los procesos de almacenamiento y transporte de combustible facilitó la progresiva decadencia y abandono de éstos tanques, quedando en el más absoluto olvido y facilitando el cumplimiento del convenio firmado entre CEPSA y el Ayuntamiento para la expansión de la ciudad. Fue entonces cuando surgió la idea de recuperar un Tanque para la sociedad, de que quedara una huella de la historia de la refinería en esa parte de la ciudad, el único vestigio histórico que sobrevivió a la primera gran demolición, en los años 90.
La controversia sobre el Tanque dio lugar a un movimiento social de composición heterogénea (artistas, arquitectos, constructores, trabajadores de la refinería, académicos, periodistas, políticos y vecinos). Un movimiento social con larga capacidad de resistencia. Movimiento que también sirvió para plantear públicamente un cambio en cuestiones fundamentales del planeamiento de la zona de-Cabo Llanos, cuyas normas urbanísticas fueron modificadas a raíz de su existencia, y que supuso un tímido pero firme inicio de la consideración del patrimonio industrial y la memoria obrera en la imagen de Santa Cruz de Tenerife, que inició en la capital de la isla múltiples debates públicos, solapados entre sí, sobre la economía y la especulación del suelo, sobre el modelo de crecimiento de la ciudad, sobre la estética de la arquitectura contemporánea y sobre el papel de los artistas y el sector creativo en el desarrollo urbano, pero que no dio resultado, pues los espacios públicos, las plazas, los parques y jardines de Cabo Llanos aún siguen esperando y el lugar carece de alma y de pulmón verde, quedando solo un vestigio histórico, el Tanque que sobrevivió por los pelos, con su esbelta y alta silueta diseñado sin reflexiones estéticas y, sin embargo, el ingeniero que lo diseñó fue capaz de darle monumentalidad y belleza basándose en formas primitivas, sin necesidad de revestirlas o adornarlas. Mucha de esa monumentalidad y belleza aún queda tras las paredes de la refinería que hoy anuncia que da otro paso más en la marcha de Santa Cruz. ¿Se perderá o se conservará?
Continuará.
1 de julio de 2018
Dulce Xerach
Doctora en arquitectura
Profesora de la Universidad Europea