Transformar la universidad a fondo para que el talento realmente se utilice bien, no es fácil, pero la sociedad lo reclama. Por ejemplo, es una de las cosas en que más hincapié hace el Informe TransformaEspaña de Everis, y la razón por la cual el siguiente paso de la Fundación Everis parece ser un proceso llamado TransformaTalento. La urgencia del cambio se manifiesta también en lo que se espera de la universidad: que sea un motor de desarrollo económico.
El progreso económico y social debe basarse en la interacción de la universidad y el talento que en ella se prepara, los centros de investigación y la industria.
Como dicen los profesores Imma Tubella Lluís Torner, y Joaquim Boixareu, en su artículo Universidad y gobernanza, “la dificultad del proceso proviene de la diversidad de expectativas respecto a la estación final que alcanzar. Sin embargo, no es necesario ni deseable estar de acuerdo en todas las reformas, ni siquiera en muchas. Sólo es necesario estarlo en lo esencial. La diversidad en lo concreto será también un arma de competitividad al servicio de cada institución. Tampoco es necesario que el cambio sea obligatorio para todas las instituciones.
Mejor que sea opcional, con una evaluación posterior basada en resultados en la que tanto quien adopte el cambio como quien no lo haga se atenga a las consecuencias. Por supuesto, sí es necesario que haya consecuencias.
La transformación de la universidad tiene dos elementos esenciales: la gobernanza y el sistema de financiación. Sin una gobernanza clara y robusta y un sistema de financiación flexible capaz de orientar cada institución hacia sus objetivos, y en ambos casos con evaluaciones serias a posteriori, no es posible la competitividad que necesitamos”.
Dicho de otra manera, las universidades están en el negocio del talento y del conocimiento y, en colaboración con el sector industrial, en la transformación de estos en valor económico. Estos son negocios globales y, en lo referente al talento de primera y a la creación de valor, totalmente globalizados.
Luego, una universidad que no tenga una estrategia definida, una capacidad ejecutiva adecuada a todos los niveles, ni un sistema de financiación que permita implementarla, con liderazgos individuales y colectivos sometidos a evaluación, ”no puede jugar en una liga donde los competidores sí disponen de tales instrumentos.”
No se trata de ningún experimento sino de otorgar y de asumir responsabilidades de manera directa y transparente y de ganar flexibilidad en la toma y en la implementación de decisiones. No parece ser cuestión de tamaño sino de modelo ( como han demostrado por ejemplo las universidades Suizas ).
Abordar esta transformación de la universidad requiere en nuestro país reformas legislativas estatales de calado. Sin embargo, y como sucede siempre “ninguna ley va a ser efectiva ni eficiente, ni va a gozar de apoyos políticos adecuados para tramitarla en el futuro cercano, si una mayoría de la comunidad universitaria no reclama y lidera ella misma el cambio”. Por tanto, depende de todos los que queremos esta transformación y estamos dispuestos a implicarnos en ella. Empecemos ya, por favor.