El viernes 4 de octubre de 2014 publiqué cómo me imaginaba que lo estaría pasando el ladrón de la Gramática Tupí de Anchieta, en mi novela Robo en Sao Paulo (como está escrita en primera persona nunca sé qué están haciendo los otros coprotagonistas...). Estos textos no aparecen en la novela pero es algo que igual les ayuda a entenderla si les apetece leerla.
Huida a la Isla de Sal. Cabo Verde
"Este viaje de BINTER desde Recife a la ISLA DE SAL no era de turismo. Simplemente le salvó de la situación más complicada de su vida. Momentáneamente. Aún no sabía cómo se había metido en este asunto tan turbio– pensaba el galerista brasileño de arte Manuel Núñez mientras aterrizaba en la árida pista del Aeropuerto Internacional Amílcar Cabral-.
Sentía un arrepentimiento mortal, una soledad total, una tristeza inmensa, aplastante, nunca podría olvidar lo que había hecho. No tubo elección –se defendía su mente-. Ya le había disparado una vez e iba a hacerlo de nuevo. Le suplicó que no, no era una razón para matar. Pero no le dio opción, así que tuvo que matarle. Recordó el pelo marrón del hombre cuando su cabeza rebotó por el impacto del disparo y como cayó al suelo de un golpe, ya muerto. Había sido el peor día de su vida. No había podido evitarlo y se sentía culpable de no haber sabido llevar mejor la situación que se le había ido por completo de las manos.
Sabía de ese vuelo de BINTER y probó suerte, quedaban plazas así que sobre la marcha se apuntó, recogió sus cosas y se marchó sin saber si algún día volvería a su casa y a su galería. Intentó no dejar huellas y rastro de sí mismo.
Así que ahora estaba en la isla de Sal no porque fuera la isla más turística del Archipiélago de Cabo Verde, y por tanto la más adelantada en cuestiones relativas a los servicios a terceros, sino porque allí podría esconderse y pensar.
No estaba en Sal por sus paisajes, que le recordaban a las islas Canarias más orientales, su relieve es plano y la isla es árida, seca. Pero Sal poseía preciosas playas de arena fina y eso le recomponía algo el alma, al menos podría nadar y llorar en las aguas limpias del Atlántico mientras pensaba qué hacer. La belleza de las olas y de las puestas de sol brillantes le ayudarían a resolver cómo proceder a continuación. Tenía un amigo en la isla propietario de hoteles y apartamentos, sabía que no le haría dar su pasaporte para alojarse en uno de ellos. Era un viejo cliente."
Luego, el 28 de octubre escribí:
Luego, el 28 de octubre escribí:
La travesía desde la isla de Boavista a la isla de Tenerife
A Manuel Núñez la travesía marítima entre Boavista y Tenerife se le hizo larguísima. Habían tenido mar de fondo durante casi todo el viaje y no estaba acostumbrado a navegar en barcos de vela como aquel. Pero no podía quejarse, le llevaban sin preguntar nada y sin pedir nada a cambio. La tripulación era un grupo de aventureros que estaban recorriendo toda la costa de Africa y ahora iban a descansar en Canarias una temporada. La clásica vida que todos querríamos tener alguna vez.
Después de muchos mareos y un par de noches en vela por fin Manuel vio la punta del Teide, la guía que indicaba el camino a todos los barcos desde hacía cientos de años por aquella zona del planeta. El vigía del final de Occidente. Poco a poco las aguas se fueron calmando y llegaron al pequeño puerto de los Cristianos al mediodía de un jueves tranquilo y soleado, plagado de turistas alemanes e ingleses que olvidaban sus fríos al sol de las Islas Canarias. Nadie les preguntó nada, nadie les pidió ningún papel, eran unos turistas más que llegaban en su embarcación de bandera europea.
Cuando pisó tierra se sintió a salvo. Se sintió por fin en casa. Sabía donde tenía que ir a esconderse. sus abuelos eran de allí, y el había viajado a la isla con cierta frecuencia. De ahí sus conexiones con Canarias. Se despidió de sus compañeros de expedición con grandes abrazos y sentimiento. Cogió un taxi con su equipaje y se fue hacia el norte de la isla de Tenerife. Iba hacia Valle Guerra, sabía que allí estaría seguro.
Durante el viaje en taxi su atormentada mente volvió a recordarle la gravedad de lo que había hecho. Sopesaba si debía entregarse o no. Tenía que hablar primero con su cliente, no podía traicionarle y ponerle a él también en evidencia, eso era lo primero. De nuevo se convenció de que había disparado en defensa propia, que él no quería, que no tenía intención de matar a nadie pero que las circunstancias se habían torcido. Se había torcido su camino. Nunca podría olvidar aquel momento terrible en el que vio morir a un ser humano por primera vez. Contempló el sur de Tenerife durante el trayecto en taxi, los paisajes ásperos de ceniza volcánica del sur seguían teniendo esa belleza surreal difícil de apreciar por la mayoría de los turistas. La belleza involuntaria de ese paisaje volcánico casi amarillo fuego y tierra, iluminado por el sol de invierno y de plantas autóctonas como las Tabaibas le devolvió a su adolescencia y así fue, con la mirada fija y perdida, hasta el final de su viaje.
Después de muchos mareos y un par de noches en vela por fin Manuel vio la punta del Teide, la guía que indicaba el camino a todos los barcos desde hacía cientos de años por aquella zona del planeta. El vigía del final de Occidente. Poco a poco las aguas se fueron calmando y llegaron al pequeño puerto de los Cristianos al mediodía de un jueves tranquilo y soleado, plagado de turistas alemanes e ingleses que olvidaban sus fríos al sol de las Islas Canarias. Nadie les preguntó nada, nadie les pidió ningún papel, eran unos turistas más que llegaban en su embarcación de bandera europea.
Cuando pisó tierra se sintió a salvo. Se sintió por fin en casa. Sabía donde tenía que ir a esconderse. sus abuelos eran de allí, y el había viajado a la isla con cierta frecuencia. De ahí sus conexiones con Canarias. Se despidió de sus compañeros de expedición con grandes abrazos y sentimiento. Cogió un taxi con su equipaje y se fue hacia el norte de la isla de Tenerife. Iba hacia Valle Guerra, sabía que allí estaría seguro.
Durante el viaje en taxi su atormentada mente volvió a recordarle la gravedad de lo que había hecho. Sopesaba si debía entregarse o no. Tenía que hablar primero con su cliente, no podía traicionarle y ponerle a él también en evidencia, eso era lo primero. De nuevo se convenció de que había disparado en defensa propia, que él no quería, que no tenía intención de matar a nadie pero que las circunstancias se habían torcido. Se había torcido su camino. Nunca podría olvidar aquel momento terrible en el que vio morir a un ser humano por primera vez. Contempló el sur de Tenerife durante el trayecto en taxi, los paisajes ásperos de ceniza volcánica del sur seguían teniendo esa belleza surreal difícil de apreciar por la mayoría de los turistas. La belleza involuntaria de ese paisaje volcánico casi amarillo fuego y tierra, iluminado por el sol de invierno y de plantas autóctonas como las Tabaibas le devolvió a su adolescencia y así fue, con la mirada fija y perdida, hasta el final de su viaje.
Interesante ¿dónde se puede comprar el libro?
ResponderEliminar