martes, 25 de septiembre de 2012

Africa: como estás cambiando.


Africa in Flux: 

How Urbanization and Digital Technology are Changing a Continent


  Kampala, Ungada (photo: Future Atlas/Flickr )
Rapid urbanization and mobile phones are converging to drive major changes in Africa. With the continent poised to become primarily urban and with mobile penetration passing 80 percent in many countries, Africans are now consuming their media primarily via their phones. This, according to a fascinating study published last week, has "major implications for cities, politics, and civil society" in the continent.
Commissioned by the Center for International Media Assistance (CIMA) and the National Endowment for Democracy (NED),Bigger Cities, Smaller Screens: Urbanization, Mobile Phones, and Digital Media Trends in Africa is written by media analyst Adam Clayton Powell III. Basing most of his information on primary research, interviews and United Nations reports, Clayton Powell outlines the nature of the changes and Africa is undergoing and explains how these changes are affecting every aspect of society. Many of the shifts he describes are counter-intuitive to a casual Africa watcher.
By 2020, for example, the sub Saharan region will be dotted with mega cities. Lagos will surpass Cairo, which currently has a population of 12.5 million, as the continent's most populous city. The middle class is already larger than India's, which has roughly the same population as Africa at 1 billion. With the cost of mobile phones and calling rates declining rapidly, hand held devices have become extremely common. In many countries, mobile penetration tops 80 percent — even where the majority of people live on $1 per day. "Access to information," says one of the people quoted in this report, "has become as vital as water and electricity." Media consumption used to be for the urban elite, but now the poorest of the poor living in remote areas can access a wide variety of news sources via inexpensive mobile phones.
"The convergence of African urbanization, technological change and digital media are driving major changes. Perhaps most dramatic, cellphones and other mobile devices, already in widespread use, could become a nearly universal platform, not only for telephony but also for audio and video information and entertainment: Guy Berger, UNESCO’s director of freedom of expression and media development and a former newspaper editor and leader of the South African National Editors Forum, predicted that mobile devices will surpass broadcast receivers as the continent’s primary medium."
Clayton Powell quotes Gabrielle Gauthey, executive vice president of Alcatel Lucent, who says,
“In 2000, you had about five million mobile phones in Africa,” Gauthey said. “Today, we have about 500 million. In 2015, we expect it to be 800 million. Already, 20 to 30 percent of these phones are Internet enabled. In 2015, it will be 80 percent.”
He goes on to cite several compelling examples of the ways in which technological innovation is having a profound effect on the quality of life for ordinary Africans.
In rural Uganda, teachers are distributing Kindles loaded with books written by local authors and analysts to their students. Not only do Kindles make it easy to access books that are sold only in cities, but they last for a week with only a single electrical charge — a huge boon where there is no regular or easy access to electricity.
In Nigeria, Voice of America (VOA) has piloted a program that offers free medical advice in response to symptoms described by users via voice or text.
Audiences that used to consume audio programs on radio or television are now accessing them via their mobile phones, says Steve Ferri, web director of VOA Africa.
“Africans are listening to their phones for 20-minute programs,” said Ferri. “No one in America would do this. You really have to walk away from your American media experience.”
Google and its subsidiary YouTube are offering customized news services, with local universities establishing their own channels to broadcast lectures that allow students to complete their degrees remotely, accessing their "classes" via their mobile phones. In Sudan, the national radio service "...used mobile technology as a tool to measure and engage with its listeners."
More hard evidence that mobile phones are now essential in Africa: In 2010 VOA noted larger demand for its content via mobile phones than via computers.
The keys to our understanding of Africa are outdated, writes Clayton Powell; our perceptions are misleading because they are skewed by stereotypes and incorrect information. Africa is an innovation driven, urbanizing continent with a population that is on the move — from village to city and from poverty to the lower rungs of the middle class. And technology — particularly mobile technology — is playing an enormous role in driving this change.
The major drawback to this otherwise excellent study is the noticeable emphasis placed on U.S. sources — particularly Voice of America. It would have been good to hear more from local news and information content creators. Some information about how new technology has been used to negative effect would also have been a welcome addition to what feels like an overly positive assessment of the situation in a region that certainly has its share of troubles. But overall this is an informative, highly recommended study on a region that should be covered more thoroughly — particularly by U.S. media outlets.

Copyright techpresident, BY LISA GOLDMAN | Monday, September 24 2012.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Escrito en 1970, como si fuera hoy en España, pero en Suecia...


Lennart Kollberg no sabía qué hacer. Le habían encargado una misión que se le antojaba inútil e incómoda, y en cambio no se le pasó por la imaginación que pudiera resultar difícil.
Tenía que encontrar a dos personas para hablar con ellas, y luego no sabía qué más tenía que ocurrir.Poco antes de las diez abandonó la comisaría de la zona Sur, en Västberga, donde reinaba una gran tranquilidad, debida en gran parte a la escasez de personal. En cambio, no escaseaba el trabajo, ya que brotaba por doquier toda clase de delitos en aquel hervidero desordenado que habían dado en llamar la sociedad de bienestar.Las razones de que aquello funcionara de esta manera permanecían ocultas, al menos para quienes estaban metidos de lleno en la problemática social y para los expertos que tenían la delicada misión de conseguir que aquella sociedad funcionara prácticamente exenta de fricciones.Tras su fachada de metrópoli espectacular y bajo su aspecto pulido y moderno, Estocolmo era una jungla de asfalto en la que campaban por sus respetos la droga y la perversión; en la que ciertos usureros, desprovistos de toda forma de conciencia, podían ganar fortunas dentro de la más absoluta legalidad con la pornografía en sus formas más abominables y aberrantes; en la que los delincuentes profesionales no sólo eran más numerosos cada día, sino que cada día estaban mejor organizados; y en la que, para colmo de males y con especial incidencia entre los ancianos, se estaba llegando a un proletariado próximo a la indigencia.La inflación había elevado el índice de precios a uno de los máximos niveles mundiales, y las últimas investigaciones daban a entender que muchos jubilados se veían forzados a alimentarse de comida para perros y gatos con tal de subsistir.El creciente alcoholismo y la ascendiente oleada de delincuencia juvenil eran fenómenos que ya no sorprendían a nadie excepto a los responsables de la administración pública y en círculos gubernamentales.En fin: Estocolmo.No quedaba gran cosa de la ciudad en la que Kollberg había nacido y crecido. Las excavadoras de los especuladores del suelo y los tractores oruga de los llamados expertos en tráfico urbano, habían convertido la mayor parte de los sólidos edificios antiguos en un desierto, y sólo habían dejado en pie alguna que otra muestra de especial interés cultural que, en realidad, quedaba patéticamente aislada. Todo ello, además, con la bendición de las autoridades de planificación urbanística. La personalidad de la ciudad, el ambiente y el estilo de vida habían desaparecido o, mejor más abominables y aberrantes; en la que los delincuentes profesionales no sólo eran más numerosos cada día, sino que cada día estaban mejor organizados; y en la que, para colmo de males y con especial incidencia entre los ancianos, se estaba llegando a un proletariado próximo a la indigencia.La inflación había elevado el índice de precios a uno de los máximos niveles mundiales, y las últimas investigaciones daban a entender que muchos jubilados se veían forzados a alimentarse de comida para perros y gatos con tal de subsistir.El creciente alcoholismo y la ascendiente oleada de delincuencia juvenil eran fenómenos que ya no sorprendían a nadie excepto a los responsables de la administración pública y en círculos gubernamentales.En fin: Estocolmo.No quedaba gran cosa de la ciudad en la que Kollberg había nacido y crecido. Las excavadoras de los especuladores del suelo y los tractores oruga de los llamados expertos en tráfico urbano, habían convertido la mayor parte de los sólidos edificios antiguos en un desierto, y sólo habían dejado en pie alguna que otra muestra de especial interés cultural que, en realidad, quedaba patéticamente aislada. Todo ello, además, con la bendición de las autoridades de planificación urbanística. La personalidad de la ciudad, el ambiente y el estilo de vida habían desaparecido o, mejor profesionales no sólo eran más numerosos cada día, sino que cada día estaban mejor organizados; y en la que, para colmo de males y con especial incidencia entre los ancianos, se estaba llegando a un proletariado próximo a la indigencia.La inflación había elevado el índice de precios a uno de los máximos niveles mundiales, y las últimas investigaciones daban a entender que muchos jubilados se veían forzados a alimentarse de comida para perros y gatos con tal de subsistir.El creciente alcoholismo y la ascendiente oleada de delincuencia juvenil eran fenómenos que ya no sorprendían a nadie excepto a los responsables de la administración pública y en círculos gubernamentales.En fin: Estocolmo.No quedaba gran cosa de la ciudad en la que Kollberg había nacido y crecido. Las excavadoras de los especuladores del suelo y los tractores oruga de los llamados expertos en tráfico urbano, habían convertido la mayor parte de los sólidos edificios antiguos en un desierto, y sólo habían dejado en pie alguna que otra muestra de especial interés cultural que, en realidad, quedaba patéticamente aislada. Todo ello, además, con la bendición de las autoridades de planificación urbanística. La personalidad de la ciudad, el ambiente y el estilo de vida habían desaparecido o, mejor dicho, habían cambiado y eso era ya irremediable.Por su parte, la maquinaria policial chirriaba por exceso de trabajo, un poco por falta de personal y otro poco por otras razones. No era cuestión de tener más policías, sino policías mejor preparados, pero de ese asunto no se preocupaba nadie.Lennart Kollberg andaba pensando en estas cosas mientras buscaba la zona residencial que administraba Hampus Broberg. Estaba hacia el sur, en un terreno que había sido agrícola cuando Kollberg era joven, y adonde iba de excursión de niño, con la escuela. Se parecía demasiado a otras zonas en las que se especulaba con la vivienda. Era un grupo aislado de edificios altos, construidos con precipitación y de cualquier manera, cuyo único objeto era proporcionar a su propietario las mayores ganancias posibles, mientras el aburrimiento y la desgana se iban apoderando poco a poco de los pobres desgraciados que no tenían otro remedio que vivir allí. Dado que la escasez de viviendas llevaba años en la misma situación, mantenida artificialmente, incluso aquellos pisos andaban muy buscados, y los alquileres alcanzaban cifras astronómicas.La oficina inmobiliaria se hallaba enclavada en los locales mejor acondicionados y acabados de aquellos edificios, pero incluso allí la humedad se había ido colando a través de los muros y había hinchado los marcos de las puertas, que ya se estaban separando de las paredes.

* De la novela Asesinato en el Savoy, de Maj Sjowall y Per Wahloo.